sábado, 21 de junio de 2014

Navarra: Cipriano Montoya Mangado


Cipriano Montoya Mangado

Nacido en Sartaguda el 7 de mayo de 1910, hijo de Toribio y Eulalia, y vecino de esta localidad. Soltero. De profesión, labrador, afiliado a la UGT. Muere víctima de una ejecución extrajudicial el 4 de septiembre de 1936 en Ausejo (Logroño) “a consecuencia de la pasada lucha nacional contra el marxismo”. Enterrado en el Horcajo de Ausejo.

Como testigo de su defunción comparece Juan Ibáñez Royo: "(…) que promuevo expediente gubernativo en solicitud de que se acuerde y mande inscribir en el Registro Civil de Sartaguda la defunción [de] Cipriano Montoya Mangado (…) [que] murió a consecuencia de la pasada lucha nacional contra el marxismo, en jurisdicción de Ausejo, partido judicial de Calahorra, el día cuatro de Septiembre de 1936 (…)." [Estella, 1939/12/22].

Pío Ramírez San Juan; Máximo Pérez. Ambos comparecen en Ausejo el 2 de enero de 1940.

Pío Ramírez San Juan: "Que por mandato de las Autoridades de este pueblo, fue requerido para proceder al levantamiento de un cadáver que yacía en el término conocido por el "Horcajo", de esta jurisdicción de Ausejo, constándole que el cadáver en cuestión lo era del vecino de Sartaguda Cipriano Montoya Mangado de unos veinticinco años de edad, al que en unión del convecino Cipriano Pérez dio sepultura, identificando el cadáver en la forma que deja expuesto, ya que anteriormente conocía (…). Que el día en que enterraron al referido Cipriano Montoya Mangado , fue hacia el cuatro de septiembre de mil novecientos treinta y seis". 

Fuente: sartaguda.es

Septiembre comienza con sangre desde el primer día. A José Sádaba, de 49 años, lo matan en Cárcar, pueblo donde había nacido. El día cuatro llega a la cárcel un camión entoldado y sacan a diez hombres atados. Agapito Garatea de 53 años, tiene un brazo herido por haberle cogido la polea de la trilladora. Le ponen una silla para que suba al camión y le empujan brutalmente haciéndole caer. Algunos familiares presencian la escena y a uno de sus seis hijos le da un ataque de nervios. Narciso Mangado albañil de UGT, cuyo mayor delito era haber puesto a su hijo el nombre de Progreso; Andrés Martínez Bea, alguacil; Estebán Martínez Sáenz; Francisco Merino de quien dijeron le fue ocupada una pistola; Cipriano Montoya; Ricardo Moreno, concejal de UGT y Andrés Sesma García. Los llevaron por la carretera el Villar hasta el término Aurcajo de la localidad de Ausejo, entre este lugar y el Villar; en un olivar sito en el kilómetro 35 de la carretera les esperaban un numeroso grupo de fusileros.

Antes de matarlos les quitaron la ropa y otros objetos personales, que no aparecieron al desenterrarlos. Una vez muertos los arrastraron atados a un palo hasta un poco más abajo, donde había más tierra. A algunos los remataron a golpes y con postas.

Algún tiempo después algunos familiares reconocieron las ropas de sus familiares. La hija de un fusilado reconoció el traje de su padre e increpó al que lo llevaba: “¡Qué poco te ha costado ese traje!. “El que lo llevaba ya no lo necesitaba”, contestó el aludido.

Otra referencia a Cipriano Montoya (flickr.com):

En Navarra tenemos al Chato de Berbinzana, De él dice Eduardo Pons Prades en Las escuadras de la muerte. La represión de los sublevados, pág. 178:

“Miranda de Arga. En marzo de 1937, el Delegado de Falange del Distrito de Tafalla, Pedro Díaz Torres, al Chato de Berbinzana, envía un agrio oficio al párroco de Miranda, advirtiéndole que se abstenga de hacer comentarios desde el púlpito contra la Falange. La polémica, que se elevará a los estamentos políticos y religiosos provinciales, era una escaramuza más de la pugnaentre Falange y Requeté por el dominio de la comarca.

El Chato de Berbinzana consiguió para Falange un reconocimiento e implantación, impensable antes del 18 de julio.

Su aureola de terror y su abnegación en la tarea de “limpiar” los pueblos lo impusieron. En Miranda, el Chato fue secundado por Felipe Ibañez, Máximo Bueno, Antonio Alfaro, Silverio López y Calixto Sota, entre otros.

El mismo párroco dejó escrita en una hoja la relación de fusilados y al dorso de la hoja los nombres de siete participantes en las matanzas. Entre ellos, el famoso Chato de Berbinzana, y a los que el sacerdote enumera bajo el calificativo de matones.”

El Chato puede representar a todos los que aquí se dedicaron a ese tipo de heroicidades. Pero que nadie piense que él era el solo responsable de las fechorías que cometía. Detrás estaban los que no se manchaban las manos de sangre, pero tenían el alma inundada de ella. Y estos sí que eran muchos y bien organizados. Y estaban encantados de la labor que realizaban para ellos sus fieles perros de presa.

Gentes como éstas están detrás de horribles crímenes como el de Maravillas Lamberto o el del cura de Cáseda decapitado.

La forma de proceder de estas cuadrillas de matones se ve ajustadamente representada en la siguiente anotación del a menudo citado Andrés Moreno de Sartaguda y el testimonio de la nieta de uno de los asesinados en esta ocasión.

El 4 se septiembre viernes, Andrés Moreno, de Sartaguda anota en su diario: “Hoy a la 11 y media se llevan a los presos. De las 12 a las 12 y media los han afusilado en la jurisdicción del Villar y Ausejo. Los asesinados detenidos el día anterior son Delfín M., Andrés M., Agapito Garatea y Cipriano Montoya”.

Una nieta de Agapito Garatea, que ha hecho un enorme acopio de material, afirma de esas muertes:

“Los llevan por la carretera del Villar; los paran y piden agua a una señora y preguntan dónde se encuentran; el camión donde los llevaban llevaba toldo y no saben dónde están. Era verano. Los llevan a los campos de Ausejo. Allí se juntan unos 80 fusileros para matarlos salvajemente a golpes. No salen balas (en la exhumación) y sus cabezas destrozadas, como puede verse en las fotos. Uno de ellos sin cabeza (…) Sale también un gancho de carnicero (…) Los matan en unos olivos y después los arrastran enrastrados a un palo, pinchándoles con un cuchillo por detrás. Los llevan más abajo por tener más tierra para enterrarlos.

Además de golpes, los mataron con postas”. (Sartaguda 1936. El pueblo de las viudas, 482)

A día de hoy no tenemos un estudio concienzudo que ponga cara y nombre a estos individuos y les atribuya concretamente los cargos de que son reos.

Bibliografía:

José Mª Jimeno Jurío: Sartaguda 1936. El Pueblo de la Viudas. Pamiela. Pamplona-Iruña, 2008
Eduardo Pons Prades: Las escuadras de la muerte. La represión de los sublevados. Flor de Viento Ediciones. Barcelona, 2006

















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