domingo, 15 de junio de 2014

Extremadura: Olvido Tomasa de Aquino Perpetua Bazaga Gragera



Olvido Tomasa de Aquino Perpetua Bazaga Gragera



Nació en La Nava de Santiago (Badajoz) el 7 de marzo de 1895.

Así se llamaba mi abuela; aunque era conocida como Perpetua. Desde pequeña escuché contar a mi padre en voz baja su trágico fin. Fue asesinada por los fascistas el 6 de noviembre de 1936, varios meses después de que el ejército sublevado contra la República tomara el pueblo.

Mi abuelo Paulino Benítez Santos, se había casado con ella en segundas nupcias porque había quedado viudo de la primera mujer. Él era militante socialista (abanderado, dice mi padre que siempre estaba la bandera en su casa), pero ella sólo defendía los ideales de su marido. Cuando se enteraron, por pasquines que tiraban desde aviones, que se acercaban las tropas fascistas huyeron al campo con varias familias, pero pasaban los días y no acababan de llegar, así que volvieron y antes de que las tropas entraran, mi abuelo huyó con un grupo de izquierdistas. Mi padre y mis tíos, seis hermanos, quedaron al cuidado de mi abuela.

Me cuenta mi tío Juan Manuel que tenía entonces siete años; que cuando fueron a buscarla estaban comiendo una sopa de tomate. Se la llevaron dos falangistas armados. Le dijeron que tenía que presentarse ante el jefe. Con ella llevó a mi tía Isabel, la cual tenía cuatro años. Cuando llegaron al cuartelillo, le quitaron a la niña de los brazos y la dejaron en la calle, sentada en la acera. A ella la subieron a un camión con un grupo de mujeres y hombres y a unos cuantos kilómetros del pueblo, pararon y los fusilaron a todos, en total 20 personas. Aún llora mi padre cuando recuerda el momento en que se enteró de que habían matado a su madre.

Cuando la asesinaron, mi abuela estaba embarazada de seis meses. Solos y desamparados quedaron sus seis hijos. Cuenta mi padre que lloraban desconsolados y los falangistas que patrullaban las calles les daban con las culatas de los fusiles en la puerta para que callaran y les amenazaban con darles el mismo fin que a su madre. Más tarde fueron a vivir con su abuela María Gragera, señora de derechas y que no hizo nada por salvar la vida de su hija.

Mi abuelo Paulino Benítez, estuvo luchando en el frente los tres años de guerra, después de lo cual volvió confiando en el edicto de Franco de que a todo aquel que no tuviera las manos manchadas de sangre se le perdonaría la vida. Cuando volvió se enteró de que habían matado a su mujer (se pasó la noche llorando, cuenta mi tío) y al día siguiente lo metieron en la cárcel, donde estuvo unos días hasta que consiguió los avales de “hombres buenos” y así salvó la vida, de todas formas, parece ser que lo estuvieron molestando durante un tiempo.

No corrió la misma suerte su hermano Jacinto Benítez, primer teniente alcalde de La Nava durante la República, al que cuando volvió del frente, en mayo de 1939, un mes después de acabarse la guerra, lo denunciaron. En las denuncias acusaban a la mayoría de los miembros del Comité formado en los meses posteriores a las elecciones de febrero de 1936, de haber sido responsables en aquel año, de la muerte del jefe de la Falange, al que fusilaron con otros cuatro en Mérida, tras un juicio sumarísimo por haber asaltado el Ayuntamiento, destrozando las puertas. También acusaron a los miembros del Comité de haber robado comida en las dependencias de los caciques.

A Jacinto y a los demás denunciados, los llevaron a Mérida y allí los fusilaron. Lo mismo le ocurrió a su hijo Pedro Benítez Garrido, con dieciocho años; un chico con un cerebro privilegiado que fue un gran dibujante y pintor, y aficionado a inventar aparatos que construía él mismo. A la mujer de Jacinto Benítez y madre de Pedro, Micaela Garrido, la llevaron a un penal a Badajoz, donde estuvo tres años y donde la torturaron en celdas de castigo. La llamaban la Nelken, por ser una gran seguidora de Margarita Nelken, la política socialista y pionera del feminismo español desde 1930.

Según cuenta Francisco Espinosa Maestre en su libro La Columna de la Muerte, Jacinto Benítez, en los meses previos al golpe de estado fascista, cuidó de que a los presos de derechas no les pasara nada y se encargó de que atendieran al cura que estaba enfermo. Pero esto no le sirvió de nada.

Lo peor no fue sólo que los asesinaran de forma tan vil, sino que los convirtieran a ellos y sus familias en delincuentes, pervirtiendo el lenguaje propagandístico y volviendo la historia al revés. Las consecuencias para las familias que quedaron vivas fue la de sufrir abusos, humillaciones y desprecios de los caciques y falangistas durante toda la dictadura. Además, mancillaron la memoria durante muchos años de quienes defendieron la legalidad, la Justicia y la Democracia.

A mi abuela la sacaron de la fosa junto con el resto del grupo en octubre de 1993 por el empeño que puso mi primo Inocencio, ayudado por Maribel la alcaldesa; a los que se unieron otros familiares de las víctimas para comenzar todos los trámites. Más tarde la alcaldesa socialista, Angela Concepción Acebedo, sucesora de la anterior, facilitó todos los medios para que fueran trasladados los restos. El 2 de noviembre del mismo año, les hicieron funerales y les dieron sepultura en el cementerio de La Nava.

En la Nava de Santiago mataron a 110 personas que defendían la República, según recuerdan nuestros mayores. De ellos sólo se han podido recuperar de momento los restos del grupo de mi abuela.

Sirva este pequeño homenaje a mis abuelos y a todas las personas que lucharon por una vida digna y por los derechos de todos.



Autor/a: Juana Benítez López
Fuente: todoslosnombres.org 

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