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jueves, 17 de julio de 2014

Madrid: Pedro Martínez Magro

Pedro Martínez Magro "el Negro"

Pedro Martínez Magro nació en el guadalajareño pueblo de Jadraque el 29 de agosto de 1913. Casado con Basilia Solís Campos y padre de dos hijas, Pilar y Ángela. Cursó los estudios de magisterio, profesión que ejerció durante la Segunda República como maestro nacional. Su llegada a Alcalá de Henares se produjo porque su padre, que era Guardia Civil de profesión, fue destinado a la ciudad complutense. En Alcalá comienza a tomar contacto con las organizaciones obreras. Cuando estalla la Guerra Civil se incorpora al Ejército Popular de la República donde alcanza el grado de Teniente. Es capturado por los rebeldes en Castellón y encarcelado. Aunque su causa es sobreseída y puesto en libertad, no se libra de la depuración como maestro y jamás volvió a ejercer su verdadera profesión.

Aunque su militancia de izquierdas es anterior a la Guerra no ocupó cargos de responsabilidad. Es ya en la clandestinidad cuando Pedro Martínez Magro comienza a tener puestos en la organización clandestina. Primero en la UNE (Unión Nacional Española) siguiendo la línea monzonista que en ese momento defiende el PCE. La tareas eran, básicamente, repartir los órganos de prensa (Mundo Obrero y Reconquista de España), así como acciones como la que se llevó a cabo el 7 de noviembre de 1947 (coincidiendo con el aniversario de la Revolución Rusa y de la Defensa de Madrid) de llenar de pintadas y pasquines republicanos la ciudad de Alcalá de Henares.

Por aquel entonces Pedro Martínez Magro es el Secretario General de la Comarcal del PCE. Igualmente organiza en la fábrica Forjas Alcalá (su centro de trabajo) el Comité de Empresa clandestino.

Dos días después de la explosión de los polvorines Gurugú, que se saldó con 24 víctimas mortales, Pedro es detenido. Las primeras investigaciones militares de aquel tiempo concluyeron que había sido un terrible accidente por las malas condiciones de las instalaciones. Sin embargo las autoridades militares de Alcalá de Henares eligieron considerarlo un atentado político, una acción de integrantes del Partido Comunista y de la JSU en la ciudad, aprovechando las circunstancias para reprimir las estructuras clandestinas que estas organizaciones tenían en la ciudad. Y es que los militares que habían derrotado a la República en julio de 1936 tenían una cuenta pendiente con Alcalá. Con “Alcalá la roja”, como la denominaban, ya que era una ciudad que había desarrollado importantes estructuras del obrerismo, una ciudad leal a la República. A Pedro se le acusa de ser uno de los ideólogos e inductores del atentado. Consciente de su inocencia y la de sus compañeros, entiende que lo mejor es que el juicio al que les van a someter tenga resonancia internacional. Iba a ser un nuevo crimen de Estado por parte del franquismo.

Decenas de detenciones, interrogatorios, vejaciones, torturas, etc., tuvieron que sufrir los militantes comunistas de Alcalá, Corpa, Villalbilla y Madrid. Toda una estructura organizativa clandestina que se diluyó como un azucarillo. Confesiones inverosímiles, contradicciones por las torturas, etc., fueron la tónica de aquellas detenciones. Arsenales que no existían, bombas que no tenían, envoltorios de bocadillos convertidos en papel de explosivos, etc.

Lo peor estaba por venir. Tras la instrucción de Rafael de las Morenas, la causa pasa a Enrique Eymar, integrante del Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo. Por la firma de Eymar se conocen más de 1000 ejecuciones en España. Para Eymar estaba claro. Era un atentado de los comunistas, la bestia negra del franquismo. Opinión que ni compartían los informes periciales del Ejército, ni los datos de la Guardia Civil, ni los de la Dirección General de Seguridad ni el Consorcio de Seguros, que se hizo cargo de los daños (cuestión que nunca hubiesen hecho si hubiese sido un atentado).

El Consejo de Guerra se celebró en Ocaña el 9 de julio de 1948. Era el primero de una larga serie (hasta un total de cinco). De allí salieron ochos penas de muerte ejecutadas el 20 de agosto de 1948. Manuel Villalobos Villamuelas, Eugenio Parra Rubio, Rogelio García del Barrio, Pedro Martínez Magro, Benito Calero Vázquez, Daniel Elola Gómez, Luciano Arroyo Cablanque y Félix López Casares. Son los 8 nombres para el recuerdo. Otros penaron en cárceles durante muchos años.




Gracias a Pedro se conoce la lucha de los presos en interior de las cárceles y los plantes que se llevaron a cabo entre 1946 y 1947, apoyados por la organización comunista que él mismo lideraba.

Aún así el maestro comunista fue juzgado y condenado a muerte el 9 de julio de 1948. Y ejecutado el 20 de agosto de ese mismo año junto con Felix López (o Gómez) Casares, Eugenio Parra Rubio, Rogelio Garcia Debarro, Manuel Villalobos Villamuelas, Benito Galero Vazquez, Daniel Elola Gomez y Luciano Arroyo Coblanque.

Su viuda contrajo la tuberculosis, siendo trasladada al sanatorio de Alcolea del Pinar. Sus hijas internadas en un colegio. Una de estas niñas, entonces con cuatro años de edad, es Ángela Martínez Solís. Recuerda vagamente a su padre, borroso, aunque siempre echó de menos su figura. Especialmente en el orfanato en el que tuvo que ingresar (un colegio de monjas) y en el que se le prohibió hablar del “terrorista” que fue su padre, y ni siquiera podía mencionar su nombre. Allí sufrió la soledad, el maltrato y las vejaciones. Y la mayor de las pobrezas, incluida la afectiva, ya que su madre no podía visitar a sus hijas sino muy ocasionalmente, y tampoco lograr trabajo para subsistir ella misma, con los “antecedentes” de su matrimonio.



Sus hijas, Pilar y Ángela.

Fuente: http://www.protestantedigital.com/ES/Espana/articulo/15757/Dios-restauro-la-verdad-sobre-mi-padre-fusilado

miércoles, 16 de julio de 2014

Aragón: Germán Araujo Mayorga

Germán Araujo Mayorga

Nacido en Madrid en 1905, era el primogénito de Adolfo Araujo García y Lidia Mayorga García. Se licenció en Ciencias, Sección Físicas, en mayo de 1933. Fue catedrático de Matemáticas en el Instituto de Teruel. Participó en la Revolución de 1934, por lo que fue detenido y encarcelado en el Fuerte de San Cristóbal de Pamplona, penal luego tan, tristemente famoso en la guerra civil y en la posguerra. También estuvo preso en el Reformatorio de Alicante. En febrero de 1936 fue excarcelado gracias a la amnistía decretada tras el triunfo del Frente Popular. En abril fue elegido por el PSOE como compromisario para la elección del nuevo presidente de la República. Araujo era miembro de la FETE y del PSOE.

La sublevación del 18 de julio de 1936 le sorprendió en Valencia pero decidió regresar a Teruel en una columna de milicianos. Es detenido en La Puebla de Valverde (Teruel) cuando su columna fue traicionada por un capitán y cayeron en una emboscada. Fue trasladado a Teruel y fusilado a los pocos días, el 30 de julio, según la Asociación Pozos de Caudé junto con los 13 ejecutados en la Plaza del Torico. Tenía 31 años.
 
“Fue vejado y atormentado, sin juicio ni causa, antes de su fusilamiento. Su madre conservaba un poquito de tierra del lugar donde cavaron su fosa”.

El semanario ESPAÑA EVANGÉLICA, en su número del 20 de agosto de 1936, dio la noticia así: “POR LA DEFENSA DE LA REPÚBLICA, ha caído muerto en el frente de Teruel nuestro buen amigo, el joven catedrático del Instituto de esa ciudad German Araujo y Mayorga, afiliado al partido socialista”.

Fuentes:
http://diccionariobiografico.psoe.es/pdfTemps/Biografia_4923.pdf
http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1933/05/03/036.html
http://www.fundacionaladren.com/index.php?destino=articulo&vari=487
http://books.google.es/books?id=0Z5iPr9vtY0C&pg=PA128&lpg=PA128&dq=%22germ%C3%A1n+araujo+mayorga%22&source=bl&ots=BF_DPiWsdI&sig=__E5cKM72biUPXj2ZVSNyWJW2NU&hl=es&ei=sxojToyEL43qObO0kPEO&sa=X&oi=book_result&ct=result&resnum=8&ved=0CEQQ6AEwBw#v=onepage&q=%22germ%C3%A1n%20araujo%20mayorga%22&f=false
http://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Compromisarios_elegidos_en_las_elecciones_a_compromisarios_de_Espa%C3%B1a_de_1936

Castilla y León: Daniel González Linacero

Daniel, su esposa Palmira Perotas y su cuñada Electa.

Daniel González Linacero nació en 1903 en Valdilecha (Madrid), de padres maestros. «A los 13 años —dice su hija— recibió un premio con motivo de un discurso en la "Fiesta del árbol" de Ocaña.» Estudió magisterio en Ávila y ejerció por primera vez en Montejo de Arévalo (Segovia), en 1925. Pudo más tarde ir a Madrid y, a la vez que trabajaba, obtuvo el título de licenciado en Historia.

Tras una etapa como profesor de Historia de la Escuela Normal de Teruel, fue destinado a la de Palencia como director y desarrolló en esta ciudad una importante actividad. Luchó por conseguir el traslado de la Escuela Normal a un local más apropiado, dirigió el cursillo para maestros de 1932 que inauguraron Fernando de los Ríos, como ministro de Instrucción Pública, y Rodolfo Llopis, como director general.
Participó después en diversas misiones pedagógicas y dio conferencias en actos de la Federación de Trabajadores de la Enseñanza, que él mismo había contribuido a crear en Palencia. Al propio tiempo publicaba sus dos Manuales de Historia y Arte Español (Estampas, parte primera hasta el Renacimiento).

En este último libro anunciaba la próxima publicación de Historia (su tercer libro) y Metodología de la historia. ....los textos estaban preparados ya en el verano de 1936, «pero como precintaron la casa y se llevaron todo, no sabemos qué habrá sido de ellos, al igual que de su biblioteca». Porque toda la actividad de Linacero concluyó el 8 de agosto de 1936 en Arévalo, el pueblo en que residía la familia de su mujer. Ese 8 de agosto, un grupo de falangistas fue a buscar a Daniel González Linacero a la casa de Arévalo en que pasaba las vacaciones con su familia y lo asesinó.

Su partida de defunción dice, con elocuente simplicidad, que falleció «a consecuencia del Movimiento Nacional existente». Su casa fue cerrada y saqueada. Tenía treinta y tres años, y dejaba esposa, Palmira Perotas Muriel que murió el pasado año 2009 con casi 105 años, y tres hijas de corta edad: Palmira, María Paz y María Luz. Palmira Perotas, su esposa, era hermana del conocido escritor costumbrista arevalense Marolo Perotas.

Su delito mayor consistió en haber escrito libros de historia para la enseñanza de los niños en que no se hablaba de guerras y conquistas sino de la cooperación y la solidaridad entre los hombres.

En el prologo de su libro "MI PRIMER LIBRO DE HISTORIA" (esta obra se puede consultar en http://bibliotecadigital.jcyl.es/i18n/consulta/registro.cmd?id=4822), escribe, dirigiéndose a los maestros, lo siguiente: "Despertando en el niño el instinto de lucha y glorificando hasta la categoría de héroes a aquellos muñecos trágicos que morían desconociendo la razón de su sacrificio, el niño adquiere un sentido falso del valor moral, individual y colectivo".

Nunca se cuidó el educador de borrar de la Historia toda esa balumba insoportable de necedades de príncipes y favoritos, extrayendo del evolucionar histórico aquellos sucesos de orden material y espiritual que de una manera indudable han contribuido a formar este mundo que nos rodea, sin olvidar que la Historia no la han hecho los personajes, si no el pueblo todo y principalmente el pueblo trabajador humilde y sufrido, que solidario y altruista, ha ido empujando la vida hacia horizontes más nobles, más justos, más humanos."

Le sacaron de su casa de Arévalo el 8 de agosto de 1936 para llevarle a una cuneta de la carretera de Valladolid y allí fusilarle sin juicio ni contemplaciones. Luego le enterraron deprisa y corriendo en un indeterminado lugar que sólo sabemos se halla entre Bocigas y Olmedo y en el que todavía siguen ocultos sus restos mortales.

Fuente: http://la-llanura.blogspot.com.es/2010/09/maestros-de-la-memoria-y-del-olvido.html

El diario "El País" publicaba en agosto de 2006 el siguiente artículo sobre él, firmado por el historiador Josep Fontana:

El día 8 de agosto de 1936, hace setenta años, un grupo de falangistas fue a buscar a Daniel González Linacero a la casa de Arévalo en que pasaba las vacaciones con su familia y lo asesinó. Su partida de defunción dice, con elocuente simplicidad, que falleció "a consecuencia del Movimiento Nacional existente". Tenía treinta y tres años y dejaba esposa, que vive todavía, y tres hijas de corta edad. La casa fue cerrada y saqueada.

¿Quién era ese enemigo del nuevo orden al que se consideraba tan peligroso como para asesinarle? Daniel González Linacero había nacido en 1903 en Valdilecha (Madrid), de padres maestros. Estudió Magisterio en Ávila y ejerció por primera vez en Montejo de Arévalo (Segovia), en 1925. Fue más tarde a Madrid y, a la vez que trabajaba, obtuvo el título de licenciado en Historia. Tras una etapa en la escuela normal de Teruel, fue destinado a la de Palencia como director y desarrolló allí una importante actividad. Consiguió el traslado de la Escuela a un local más apropiado y dirigió el cursillo para maestros de 1932. Participó además en diversas misiones pedagógicas y en actos de la Federación de Trabajadores de la Enseñanza, que él mismo había contribuido a crear en Palencia.

Su mayor crimen consistía, sin embargo, en haber escrito un texto para la enseñanza de la historia en la escuela primaria que tuvo muy buena acogida. Mi primer libro de historia, publicado en Palencia en 1933, comenzaba con una introducción para los maestros en que atacaba los "libros históricos amañados con profusión de fechas, sucesos, batallas y crímenes; relatos de reinados vacíos de sentido histórico, todo bambolla y efectismo espectacular". Y pedía que no se olvidase "que la historia no la han hecho los personajes, sino el pueblo, todo y principalmente el pueblo trabajador humilde y sufrido, que, solidario y altruista, ha ido empujando la vida hacia horizontes más nobles, más justos, más humanos".

Este planteamiento inicial se traducía en las lecciones destinadas a los niños en unos textos claros y sencillos sobre "historia de las cosas", que seguían "el orden evolutivo natural, de lo más sencillo a lo más complicado", para conseguir "la espontánea comparación entre lo actual y lo anterior". Las lecciones comenzaban con la vivienda y acababan en un capítulo sobre "cooperación y solidaridad", donde se sostenía que en la actualidad "nadie vive para sí", sino que todos dependemos del trabajo de los demás. No había en el libro una sola alusión política, salvo una lamentación por los millones de muertos en la Primera Guerra Mundial y un dibujo de una Casa del Pueblo donde, se decía, "los trabajadores aprenden a practicar las dos grandes virtudes sobre las que se asienta la vida: cooperación y solidaridad".

No parece suficiente como para justificar un asesinato, que sólo se explica por el hecho de que esta muerte formaba parte de una campaña sistemática de persecución de la enseñanza y de la cultura por parte de los sublevados de julio de 1936, como lo manifestaba un artículo publicado en agosto del mismo año en la prensa de Sevilla en que se pedía el castigo de los maestros, la escuela, la prensa y el libro.

Los maestros y los libros fueron los primeros en sufrir tal castigo. La depuración de los maestros no sólo pretendía apartar de la enseñanza a los que no compartían el ideario de los sublevados, sino reducir su número para cerrar escuelas. José Pemartín, jefe del Servicio de Enseñanza Superior y Media, decía en 1937 que "tal vez un 75 por ciento del personal oficial enseñante ha traicionado -unos abiertamente, otros solapadamente, que son los más peligrosos- a la causa nacional". A lo que añadía: "Una depuración inevitable va a disminuir considerablemente, sin duda, la cantidad de personas de la enseñanza oficial". Se clausuraron, por ello, 54 institutos públicos de enseñanza secundaria creados por la República, que el nuevo régimen consideraba innecesarios.

Antes de que se pusiera en marcha la depuración formal y reglamentada del personal docente, hubo, sin embargo, una etapa previa de asesinato de maestros, sin normas ni controles, que no se refleja en la documentación conservada. No sabemos cuántas fueron sus víctimas, pero los datos de las nueve provincias en que se ha investigado el tema dan un total de alrededor de 250 maestros ejecutados o desaparecidos. Una cifra mínima a la que habrá que agregar los de otras provincias, como la de Ávila, donde fue asesinado Linacero.

Aclaremos un punto. Hubo muertes de maestros en los dosbandos. Los republicanos mataron a maestros católicos, pero no por su oficio, sino por motivos políticos personales. Su muerte no formaba parte del programa republicano, sino que fue una triste y condenable consecuencia de la violencia de la Guerra Civil. En el bando franquista, en cambio, la caza del maestro formaba parte de un programa que incluía el cierre de centros escolares y la destrucción de libros, que eran el otro medio de educación popular que convenía combatir.

Sabemos el impulso que la República había dado a la creación de bibliotecas públicas. Hasta entonces las únicas accesibles a los lectores populares habían sido las de las Casas del Pueblo, centros republicanos, cooperativas o ateneos obreros. Ahora se crearon bibliotecas municipales de 300 a 500 volúmenes y se dotó de libros a las escuelas. En plena Guerra Civil, una octavilla de la Conselleria de Cultura de Valencia afirmaba que "la mejor manera de hacer la revolución es hacer cultura" e incitaba a los jóvenes a que pidieran "la instalación de una biblioteca popular en el pueblo".

En el otro bando las cosas fueron muy distintas. Una de las primeras medidas de los sublevados fue la de quemar libros de las bibliotecas públicas. El ideal gallego de 19 de agosto de 1936 decía: "A orillas del mar, para que el mar se lleve los restos de tanta podredumbre y de tanta miseria, la Falange está quemando montones de libros y folletos". Las quemas fueron generales y sistemáticas, y contaron con apoyos intelectuales como el del rector de la Universidad de Zaragoza, Gonzalo Calamita, que en el número 3 del Boletín de Educación publicó un artículo con el título de "¡El peor estupefaciente!" que contenía su aportación como científico a la campaña depuradora: "El fuego purificador es la medida radical contra la materialidad del libro".

¿Qué justificación había para este holocausto bibliográfico? ¿Cuáles eran los libros que se quemaban o prohibían para evitar sus efectos corruptores? Una ojeada a las listas de libros "prohibidos terminantemente" en las escuelas de Segovia puede darnos idea de la naturaleza de esta persecución. En la lista figura, para empezar, una gran parte de la literatura española contemporánea: Unamuno, Valle-Inclán, Pérez Galdós (incluyendo expresamente los Episodios nacionales), Valera, Baroja, Azorín, Palacio Valdés e incluso Concha Espina, junto a nombres de otros siglos, como Rojas Zorrilla, Moreto, algunas obras de Lope, las poesías de Espronceda, La Alpujarra de Alarcón o el Ideario español de Ganivet.

En materia de literatura universal caen, entre otros muchos, Eurípides, Edgar Allan Poe, Chateaubriand, Goethe, Shakespeare (por lo menos "los tomos 2º y 8º de sus Obras completas"), junto a algunas novelas que debían considerarse tan maléficas como para merecer una mención individualizada, tales como Tartarín de Tarascón de Daudet o Quo Vadis? de Sienkiewicz. Caen también todos los autores rusos imaginables, sin importar cuál fuera su filiación ideológica, de acuerdo con una norma superior que mandaba eliminar "la mal llamada literatura rusa".

En las listas de Valladolid se repiten la mayor parte de estas prohibiciones, a las que se añaden las de La Celestina o de las fábulas de La Fontaine, mientras las Novelas ejemplares de Cervantes no llegan a prohibirse, pero se indica que deben reservarse para lectores maduros y formados. En Barcelona caen Pascal y las novelas de Emilio Salgari, que estaban, en cambio, autorizadas en Valladolid.

En el campo de la historia se prohíben la Historia de España y de la civilización española de Rafael Altamira (Vegas Latapie nos cuenta, por otra parte, que un falangista se le ofreció para "dar el paseo" al autor de esta obra maestra de nuestra historiografía) y, repetidamente, Mi primer libro de historia de Linacero, perseguido con una saña especial.

El caso del libro de Linacero nos muestra cuáles eran los valores de la enseñanza republicana que combatían a sangre y fuego los franquistas, y nos permite advertir que lo que temían no era la subversión revolucionaria, que no tiene nada que ver con las propuestas del maestro asesinado, sino la razón, la tolerancia y el proyecto de construir pacíficamente un mundo más justo, valiéndose, según sus propias palabras, de "las dos grandes virtudes sobre las que se asienta la vida: cooperación y solidaridad". Nada puede resultar más revelador que el hecho de que al hombre que escribía tales cosas no se contentasen con hacerle callar, quemando sus libros, sino que creyesen que era necesario matarlo.

Vivimos en tiempos de revisionismo en que se pretende sostener que en la contienda civil española ambos bandos fueron igualmente culpables y que la sublevación militar de julio de 1936 fue una consecuencia inevitable de los errores y abusos del régimen republicano. Pienso, por el contrario, que un análisis de lo realizado por cada uno de los dos bandos muestra que les movían razones muy distintas. Y que es imposible entender lo que significó la Segunda República Española, y los motivos por los que la combatieron los sublevados de 1936, si se pasan por alto diferencias tan fundamentales como ésta: la República construyó escuelas, creó bibliotecas y formó maestros; el "régimen del 18 de julio" se dedicó desde el primer momento a cerrar escuelas, quemar libros y asesinar maestros.