Modesto José Lorenzana Macarro
Natural y vecino de Fuente de Cantos (Badajoz). Socialista. Hornero de cuarenta y siete años. Alcalde con el Frente Popular. Según Francisco Espinosa (2003, 519), abandonó la columna que a mediados de septiembre intentó pasar a zona republicana y se dirigió a su pueblo, obsesionado por la detención de su esposa. A los pocos días, el 27 de septiembre de 1936, “lo ataron de los pies a la cola del caballo de un señorito y lo arrastraron al galope por las calles y campos”.
Paul Preston ("El Holocausto español") menciona a Lorenzana en varias ocasiones:
“…se lo conocía por su humanidad y por los esfuerzos
realizados para mejorar el municipio, principalmente en lo relativo al abastecimiento
de agua. Sin embargo, se elogiaba ante todo su decisión de emplear los fondos
municipales para comprar comida con que
aliviar el hambre de las familias sin trabajo. En junio de 1934, esa decisión
sirvió para que fuera acusado y destituido por uso indebido de fondos públicos.
Fue asesinado en septiembre de 1936.”
“La primera localidad a la que llegó la columna de Castejón
fue Fuente de Cantos, uno de los pocos lugares donde se habían cometido
atrocidades significativas contra personas de derechas. El 18 de julio, cerca de 70 derechistas
fueron detenidos y, al día siguiente, varios grupos de izquierdistas
enmascarados llegados de los pueblos de los alrededores y, armados con
escopetas, encerraron a 56 de estos prisioneros en la iglesia del pueblo. Pese
a los desesperados esfuerzos del alcalde, Modesto José Lorenzana Macarro, por
contener el linchamiento, el 19 de julio los izquierdistas rociaron la iglesia
con gasolina y le prendieron fuego. En el incendio murieron 12 personas.
Lorenzana tuvo más éxito el 4 de agosto. Una mujer de veinte años perdió la
vida al ser bombardeado el pueblo por la columna de Castejón. Cuando la
muchedumbre enfurecida intentó atacar a los ya más de 90 prisioneros de
derechas encerrados en la cárcel municipal, Lorenzana arriesgó su vida para
impedirlo. Pistola en mano se enfrentó con los asaltantes y les dijo: “Ya ha
habido suficientes muertes en este pueblo”, a lo que uno de los frustrados
milicianos contestó: “Pues…ten cuidao, que esos a los que tú ahora salvas la
vida te tienen que matar a ti”. Sin embargo, consciente de las consecuencias
que tendría el incendio de la iglesia, la mayor parte de los republicanos,
incluido el propio Lorenzana, huyeron del pueblo, de tal suerte que Fuente de
Cantos estaba casi desierto cuando llegaron los africanistas."
"(…) y el alcalde de Fuente de Cantos, Modesto José Lorenzana
Macarro, que había escapado de su pueblo la noche anterior a su caída, el 5 de
agosto. Los reunidos decidieron emprender una marcha hacia las líneas
republicanas, dividiendo en dos grupos a la desesperada masa humana. El primer
grupo contaba con media docena de hombres armados con rifles y otros 100 con
escopetas, mientras que el segundo tenía alrededor del doble. Con este exiguo armamento tenían que proteger dos
largas columnas de caballos, mulas y otros animales domésticos, así como los
carros donde los refugiados se cargaron las escasas pertenencias que pudieron
llevarse de sus casas. Niños, mujeres con bebés en los brazos, mujeres
embarazadas y muchos ancianos integraban el grueso de la multitud. Esta era la
Columna de los Ocho Mil, aunque marchaba
en dos grupos separados . (…)"
"Cuando la columna principal de refugiados llegó a
Cantalgallo, a unos 15 kilómetros de la carretera Sevilla-Mérida, un hombre que
había huido de Fuente de Cantos esperaba al alcalde, Lorenzana Macarro, para
comunicarle que las fuerzas de ocupación habían detenido a su mujer y a sus
cinco hijos. Ajeno a las protestas de su padre y de muchos amigos, Lorenzana
abandonó la columna. (…) Confiaba en que si volvía a casa y se entregaba, quizá
pudiera salvarles la vida. Tras varios días vagando por los campos, fue
detenido por una patrulla montada de falangistas. Se llevaron a Lorenzana a
Fuente de Cantos, junto a otros refugiados que habían caído igualmente en manos
de la patrulla. En las afueras del pueblo lo ataron a la cola de un caballo y
lo arrastraron hasta la plaza. Una vez allí, lo apalearon y lo ataron a una
silla a las puertas del ayuntamiento, donde los derec histas lo patearon, le
escupieron y le insultaron. Finalmente, lo fusilaron delante de la iglesia y
dejaron su maltrecho cadáver toda la noche en la plaza del pueblo. Al día
siguiente pasearon el cuerpo por las calles en el carro de la basura antes de llevarlo
al cementerio, donde lo quemaron. A continuación, liberaron a su mujer y sus
hijas".
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