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jueves, 17 de julio de 2014

Extremadura: Ángel Barrado Tejeda "Barradín"

Ángel Barrado Tejeda (carnet de corresponsal de El Gladiador, 1928)

Angel Barrado Tejeda nació en Malpartida de Plasencia, hijo de Lorenzo y Petra, y se hizo maestro. Casado con Sabina López, lo fusilaron un 25 de diciembre de 1937. Dejó mujer y tres hijos: Alberto, Lorenzo y Juani.

Su padre, Lorenzo Barrado, casado con Petra Tejeda , era el cartero de Malpartida de Plasencia. Había sido militar, con graduación de sargento, y había participado en la Guerra de Cuba. Todas las mañanas, a lomos de su caballo, acudía Lorenzo a Plasencia Empalme en busca del correo. Tras la jornada, regresaba a su casa del número 1 de la calle Travesía de Música, una casa de labradores, con un pasillo enorme por el que atravesaban las bestias camino de los corrales, donde existía un pozo de agua deliciosa, propia de aquel inolvidable paraíso en el que se crió el único hijo de la pareja: Ángel Barrado Tejeda , que aprendió las primeras letras con Sánchez Marín, conocido sacerdote y afamado maestro.

No tardaron Lorenzo y Petra, al comprobar las dotes intelectuales de su hijo, al que todos llamaban "Barradín", en enviar al pequeño al seminario de Plasencia, donde fue correligionario de Rafael Valencia, luego canónigo del obispado en tiempos del prelado Llopis Ivorra . Terminado el ciclo, Ángel llegó a Cáceres porque quería ver cumplido su sueño de ser maestro, de manera que ingresó en las Normales para estudiar Magisterio.


Junto a sus compañeros de Promoción de la Escuela de Magisterio

Durante su estancia en la ciudad, el aventajado alumno se hospedó en casa de los padres de Catalino, un chapista de la ciudad, gran profesional, que tuvo luego el taller en el llamado Corral de los Curas, que estaba por Camino Llano cuando el Camino Llano era cuna de conocidos negocios o de cocheras de célebres taxistas como Arcadio Gómez Cabrera, otro que le decían El Plata, Segundo Pérez, o Juan de Pablos, que tenía un Renault Amarillo. En aquel barrio vivían los Galiche, famosos porque iban vendiendo por las ferias el turrón que compraban en Castuera, y también residía la familia Guardiola, que tenían varios hijos: Blanca, Charo, Carmen y Eduardo, emparentados con don Carlos Guardiola, un director de Correos muy querido en la capital.

Durante la carrera de Magisterio y poco antes de la proclamación de la Segunda República, Ángel se enamoró perdidamente de Sabina López López, hija de Juana y de Lorenzo, que era cartero mayor y que vivía en el edificio de Correos, que estaba en La Concepción, en una casa propiedad de la familia Montenegro. Además de Sabina, Lorenzo y Juana tuvieron otros tres hijos: Marina, África y Manolo, que fue alcalde de Cáceres.


Con su mujer, Sabina López López
El traslado

Al terminar la carrera, sacar plaza y en pleno noviazgo con Sabina, destinaron a Ángel Barrado al Condado de Treviño, en el norte de España. Fue allí donde Ángel participó muy activamente en las llamadas "Misiones Pedagógicas", un proyecto educativo patrocinado por el Gobierno de la Segunda República a partir del Museo Pedagógico Nacional e inspirado en la filosofía de la Institución Libre de Enseñanza. Las misiones fueron fundadas en 1931 y finalizaron con el comienzo de la guerra civil en 1936.

Debido a la mala situación educativa de España en comparación con otros países europeos, a la alta tasa de analfabetismo --en torno al 44%-- localizada principalmente en el ámbito rural, y a la voluntad del Gobierno de la Segunda República por mejorar esta situación, se crearon y desarrollaron estas misiones, siendo presidente Niceto Alcalá-Zamora y Ministro de Instrucción Pública Marcelino Domingo.

A través de las misiones, Ángel viajó por muchos lugares de España, con el encargo de difundir la cultura general, la moderna orientación docente y la educación ciudadana en aldeas, villas y lugares, con especial atención a los intereses espirituales de la población rural. Conoció en ese tiempo a grandes personajes de la época, Federico García Lorca entre ellos, del que llegó a interpretar varias obras de teatro. De modo que en el corazón de aquel joven maestro no tardó en aflorar un sentimiento de respeto y amor a la cultura que transmitió con esmero a sus alumnos.

Entre clase y clase, el amor seguía llamando cada día a la puerta de Ángel, que no olvidaba a su querida Sabina. Así que cuando consiguió plaza de maestro en Navas del Madroño, volvió a la tierra y contrajo matrimonio con su adorada novia. Pero Ángel no podía dejar de lado sus arraigadas convicciones políticas. Cada tarde dejaba a su esposa en el Rosario y él acudía diligente a la Casa del Pueblo, en la que desarrollaba una gran actividad, llegó a ser su director y se convirtió en teniente de alcalde, miembro destacado del Partido Socialista.

Para entonces el matrimonio había dado al mundo a sus tres hijos: Alberto, Lorenzo y Juani . El ambiente político ya estaba más que enrarecido en España y fue en un viaje a Cáceres, un verano de 1936, cuando a Ángel lo detuvieron en el Paseo de Cánovas, el 22 de julio, y encarcelado junto a Juan Caballero Pino y Arturo Domínguez. Conocida la noticia, Sabina y sus tres hijos se instalaron en una casa del número 18 de la calle Godoy, cedida por Juana, su madre.

Sus tres hijos: Alberto, Juani y Lorenzo
Una tarde, mientras los pequeños correteaban por los pasillos y Sabina --maldades de la guerra-- cosía ropa para el ejército de Franco, un golpe muy fuerte se escuchó en la puerta. Sin aliento, Sabina y sus hijos bajaron a abrir movidos por el desconcierto, conscientes de que detrás de aquella puerta no habría más que malas noticias. Y así fue. Una pareja de la Guardia civil, amiga de la familia, tuvo el detalle de trasladar al bueno de Barrado hasta su casa para que se despidiera de su familia antes de ingresar en prisión.

Primero en la Cárcel Vieja de la calle Nidos y luego en la llamada Cárcel Nueva de Pinilla, Ángel pasaba los que definitivamente serían los últimos días de su vida. Hubo tiempo para algunas cartas a su enamorada en las que Barrado ya presagiaba un desgraciado final: "El juez me ha hecho una acusación muy fuerte: coger documentación de la Casa del Pueblo...", decía entre desolados párrafos. Y aunque ninguna acusación más grave que aquella se le encontró, nada hacía pensar que llegara un milagro.

La cárcel

Había días en los que Sabina se acercaba a la cárcel, acompañada por Alberto, su hijo de 3 años. A su paso los soldados la maldecían, como hacían con el resto de mujeres de los "rojos". Pero Sabina siempre trataba de mantener la firmeza, incluso la mañana en que amaneció enlutada de pies a cabeza porque todo había terminado no perdió la calma. En la casa se recibió el escrito entre un silencio desgarrador, era la orden del Capitán general por la que se entregaba el cuerpo de Ángel Barrado Tejeda para darle sepultura, "muerto de no se sabe qué --decía la terrible misiva-- y si deja o no familia".

Ángel dejaba mujer y tres hijos pequeños. Lo fusilaron el Día de Navidad de 1937, la misma fecha en que mataron al alcalde Antonio Canales, acusado de tramar un plan para recuperar Cáceres de las manos de los sublevados que supuestamente había planeado el alcalde de Cadalso, Máximo Calvo Cano, junto al presidente de la Diputación de Cáceres, Ramón González Cid y otros, siendo juzgado en consejo de guerra sumarísimo en agosto de 1937, y ejecutado junto a 33 cacereños más --entre ellos Barrado-- tras las tapias del cuartel Infanta Isabel.

Ángel Barrado tenía 33 años. Se fue para nunca regresar. Había sido redactor-vocal de El Gladiador (1927-1932), un periódico de Malpartida de Plasencia, buen padre, buen maestro, pero de nada servía todo aquello. Ángel se marchaba aquella Navidad y con él todas sus propiedades, que fueron confiscadas y sacadas a pública subasta.



Alberto, el mayor de sus tres hijos



Alberto y Lorenzo
El traslado a Hornillos

Al cabo de uno o dos años, Sabina y sus hijos se trasladaron a la calle Hornillos por mediación de su tío Santos Floriano. Pudieron arrendarle la casa, por 30 pesetas al mes, al señor Carbajo, que trabajaba en la Diputación. Aquella casa era en realidad una habitación, con una pequeña cocina y un zaguán, sin agua corriente, y un inodoro compartido con el resto de vecinos de la finca. En aquellos años, Sabina López trabajaba incansablemente tratando de sacar a sus hijos adelante. Tricotaba jerseys y lo hacía con una velocidad inaudita. Las prendas las llevaba luego a Casa Mendieta, que regentaba Antonio Mendieta, casado con Mercedes, y que se encargaban de vender los trabajos de Sabina a cambio de una comisión. Sabina también hacía toquillas y patucos para los recién nacidos y preparaba los ojales para las camisas de popelín.

El trabajo en Mendieta

Eran años duros en los que a pesar del dolor, Sabina nunca hablaba de su malogrado esposo y aprendió a tejer un tupido velo en torno a su recuerdo. A escondidas sollozaba y honraba su memoria, acariciaba las fotografías que guardaba en un cajón de la cómoda de su cuarto... Cuando llegaba el Día de Difuntos acompañaba a sus hermanos al cementerio, pero nunca pasaba por la fosa común donde reposaba desde aquella Navidad el cuerpo sin vida de "Barradín".

El pequeño Alberto también lloraba a escondidas cuando veía que todos los niños del barrio tenían un padre, todos menos él. Se preguntaba por qué no había vuelto de la cárcel. Se lo preguntaba a sí mismo porque en voz alta no se atrevía. Y solo le restaba agarrarse a los años que vivieron felices en Navas del Madroño. No olvidaba Alberto la escena que protagonizó entonces, el día que llevaron a la casa una cesta llena de dulces, en agradecimiento por lo buen maestro que era Ángel Barrado, porque Barrado reunía a todos los niños pobres del pueblo, les enseñaba y los ponía a comer alrededor de su mesa, y siempre advertía a Sabina de que no aceptara regalos y menos de aquéllos que tanto necesitaban el sustento.

El día que llegó aquella cesta, el pequeño Alberto la cogió, bajó al portal, los niños se pusieron en fila y repartió los pasteles hasta rematar la mercancía. Enseguida Sabina, al darse cuenta de lo sucedido, reprendió a su hijo, que se escondió debajo de una mesa en espera de la regañina de su padre. Pero Ángel, al enterarse de lo ocurrido, abrazó a su pequeño y le dijo: "Ven a mis brazos, después de esto sé que vas a ser un gran ciudadano".


Su hija Juani.

Sin pensión de viudedad

Sabina no cobraba pensión de viudedad porque el Régimen le dijo que su marido no había cotizado los años suficientes como para recibirla. Ella se había resignado a aquella explicación, se había resignado a toda la sinrazón de cuanto había ocurrido aquel convulso 1937: el terror que a solas vivió el 23 de julio durante el bombardeo a Cáceres por aviones del ejército republicano ya con su marido preso; y después, su injusto fusilamiento.

Antonio Varona, el que luego fuera notario, había sido casualmente testigo de lo que ocurrió minutos antes de que mataran a Ángel Barrado ya que ese año se encontraba en el acuartelamiento cacereño haciendo la mili. Aquella tarde del 25 de diciembre, en el patio del cuartel del Regimiento de Infantería Argel número 27, aguardaban los 34 cacereños que iban a ser fusilados, entre ellos Barrado, con quien Varona pudo departir unos minutos. Le rogó que del bolsillo interior de su americana extrajera su cartera y que con todo su contenido se lo hiciera llegar a su esposa después de su fusilamiento. El notario entregó la cartera al hermano de Sabina y ella la guardó para siempre.


Juani


Dicen que camino al Patio de Pistolas llegó el cura. Se acercó a Barrado y le preguntó: "¿Hijo, quieres arrepentirte de tus pecados?". Barrado miró al cura de arriba a abajo: "¿Qué dice usted?", preguntó con asombro al sacerdote. A lo que éste insistió: "Digo, hijo, que si no te arrepientes de tus pecados, que si no quieres confesarte". Y Barrado habló por última vez: "Yo soy la víctima, confiese usted a los que hoy me van a matar". Después sonaron los disparos. Tras ellos, el silencio.


Su primogénito Alberto encontraría años más tarde unas cartas en uno de los cajones de la cómoda en la habitación de su madre. Eran las cartas que Ángel Barrado enviaba a Sabina durante su estancia en la cárcel.

"Mi queridísima Sabina: 

Recibo tu carta y me alegra el optimismo que en ella se refleja. Yo, gracias a Dios, sigo bien. Observo que no me dices nada de tu salud, de lo que deduzco que estarás mejor y se te habrá pasado la preocupación (...) 

Ayer, día 8, fui de nuevo llamado por el señor Juez, quien me dijo que esta causa es diferente de la anterior y que en ésta se me acusa del supuesto delito de rebeldía militar, me tomó declaración otra vez, por cierto que estoy completamente desorientado, en primer lugar porque como me considero completamente inocente, no me explico una acusación tan grave y por otra parte, porque de las preguntas que me han hecho no logro deducir en qué se concreta el delito. Aún no he sido procesado y supongo que la causa tendrá que ir a Valladolid y hasta que no venga no podremos saber nada. Yo sigo confiando en que Dios probará hasta lo último nuestra paciencia, resignación y fe; pero en definitiva me salvará y os salvará a todos. 

No te preocupes por mí, y vivo satisfecho con que vosotros estéis bien. Dime cómo marcha el asunto de Agustín y las novedades que haya en la familia. De la impresión que me produjiste solo te puedo decir que he estado estos días casi sin darme cuenta de donde estoy, con el regusto del rato que estuve con vosotros; solo el niño me ha decepcionado con no querer hablar pues me parece que va olvidándome y dejando de quererme. Tengo principiados unos versos y si los termino te los enviaré en la carta próxima. 

Sin más que muchas ganas de abrazos se despide de vosotros tu Ángel" .

La incertidumbre se apoderaba de Barrado en la fría prisión del Cáceres de 1937 y detrás de esa carta llegarían otras.


Alberto posa en Cáceres junto a su Ford de 17 caballos

Estando destinado Alberto en la comandancia general de Melilla, y pasado el periodo de reclutas, lo enviaron a los talleres a trabajar de ayudante con el señor Cerrudo. Terminado el curso de Cabo Primero, el capitán Encinas, que tenía fama de mala leche pero que con Alberto se portaba de maravilla, le llamó a su despacho. "Barrado, ¿qué vas a hacer en la vida civil, no se te ha pasado por la cabeza quedarte en el Ejército? Ya eres Cabo Primero y si sigues aquí antes de dos años eres sargento". Barrado le contestó casi con evasivas porque prefería volver a Cáceres y continuar con su vida anterior.

Encinas era un tipo listo que rápidamente se percató de que aquel cabo no se dedicaría a la carrera militar. Pero, eso sí, antes de despedirse le hizo otra pregunta. "Barrado, ¿tú sabes de qué murió tu padre?". Entonces para Alberto no existieron las evasivas y con arrojo respondió: "Sí, mi capitán, a mi padre lo mataron". Encinas se levantó de la silla, atravesó la mesa que los separaba y se puso a su lado. "Mira Barrado --le dijo--, eso le pasó a muchos españoles, pero ten por seguro que dentro de algunos años te sentirás muy orgulloso de quien fue tu padre...".

Encinas le miró fijamente a los ojos mientras le estrechaba la mano. Alberto Barrado, sobrecogido, se despidió de su capitán y cerró la puerta de aquel despacho. Tenía solo 21 años.

Los hijos de Ángel Barrado
En el viaje de vuelta a Cáceres desde Melilla, Alberto no paraba de darle vueltas a la cabeza recordando las últimas palabras del capitán Encinas. Al llegar de nuevo a la casa de Ronda del Carmen y en un descuido de su madre volvió a rebuscar en aquel cajón de la cómoda de Sabina. Apareció entonces la lista negra, esa que incluía a los maestros de la provincia de Cáceres destituidos o suspensos de empleo y sueldo por resolución gubernativa el 20 de noviembre de 1936. Allí aparecía el nombre de su padre junto al de otros 77 docentes, algunos de ellos mujeres: Manuela Alonso Vázquez , de Campillo de Deleitosa, Juana Valcárcel Terrón , de Garrovillas, María Rodríguez , de Malpartida de Plasencia... y otros muchos: Antonio Dávila Martín , de Arroyo del Puerco, José Rodríguez , de Navalvillar de Ibor, Felipe Núñez , de Plasencia, Antonio Felipe Harto, de Valdeobispo...

Detrás de aquel documento había otros. Uno de ellos era de la denominada Comisión Depuradora del Magisterio de la Provincia de Cáceres y estaba firmado por el inspector de la misma un 20 de febrero de 1937. En él se exponía la actuación ideológica y de conducta de Angel Barrado: "Consta a esta inspección --decía literalmente-- haber sido siempre el expresado señor maestro de ideas extremistas y que en la rebelión de Octubre actuó como uno de los agitadores y dirigentes, habiendo estado preso en aquella ocasión en la cárcel de Cáceres. Conocidísimo por estas circunstancias, y aunque con posterioridad a dicho encarcelamiento su actitud era menos evidente al estallar el glorioso Movimiento Nacional fue preso, no habiendo actuado por esta razón sin duda en contra del mismo, pero es evidente que no actuó...

...
El señor alcalde de Navas del Madroño --continuaba el documento--, en oficio al Ilustrísimo Señor
Rector del distrito Universitario lo califica como perteneciente al Socorro Rojo Internacional y afirma que inducía a los niños ideas extremistas. El Excelentísimo Señor Gobernador Civil de la Provincia acordó su destitución con fecha de 6 de septiembre de 1936, destitución que fue aprobada por el Ilustrísimo Señor Rector...".

"...Es unánime --añadía-- la información sobre su absoluta irreligiosidad, sin que conste no obstante que en este sentido actuara en la escuela. Por otra parte consta que sus hijos están bautizados y que su esposa, profundamente religiosa, gozaba de plena libertad en este sentido, permitiéndole no solo las prácticas religiosas sino el hacer ostentación en su persona y casa de símbolos, emblemas e imágenes religiosas. Son concordes asimismo todos los informes en su ideología marxista, no limitada al pensamiento, sino traducida en acción directa, actuando como consejero de la Casa del Pueblo de Navas del Madroño y en contacto con los elementos extremistas de la Provincia". "Son también unánimes los informes en declarar que enseñaba mucho y enseñaba bien. En efecto a este Inspector consta que es un buen maestro, enamorado de su profesión siendo una verdadera lástima que por extravíos ideológicos causados por lecturas de juventud totalmente indigeridas, haya derivado a los extremos que más arriba se reseñan".
Alberto junto a su mujer, Loli Polo

La última carta de Ángel a Sabina: 

"Mi queridísima Sabi: 

No te sorprenda mi laconismo de ahora y de lo sucesivo, porque es debido a que así lo han dispuesto los superiores, por tanto has de resignarte a que no te escriba cartas largas. He recibido tu carta y la talega con todo lo que indicas en la etiqueta. Esta semana he tenido que meterme a lavandero de los pañuelos por lo que el jueves debes mandarme el mayor número de ellos que puedas. He recibido cartas de mi madre y de casi todos mis primos y primas que gozan en general de salud, pero teniendo que lamentar la muerte de aquel pariente concejal que vive en La Solana más allá de mi primo José.

Estoy muy esperanzado de que sea sobreseída mi causa porque hace algunos días han llamado para nombrar defensor a todos lo que fueron procesados cuando yo y a mi solamente me han quedado sin decirme nada. Medita bien mis versos y ten valor y fe en Dios para esperar.

Chatilla mía: no quiero verte llorar. No te angusties, ni temas, ni desesperes, aunque ante graves problemas tú te vieres, o sientas todo el futuro zozobrar. Pronto será realidad lo que tú quieres. Necesario es sufrir para alumbrar. Has de decir al dolor: 'Si más me hieres, más cerca estoy y más segura de curar'. Abandona el pesimismo y ten presente que a veces resulta un bien del mal. En la roca más dura está la fuente del más rico y saludable manantial. ¿Ya te cansa y te angustia verme ausente? De que pronto he de abrazarte, eso es señal. Sin más da muchos besos a mis nenes y a mi nena y tú recibe uno solo muy grande de tu Angel" .


Era el 15 de noviembre de 1937, un mes antes de su fusilamiento, cuando Ángel escribió esta carta en la que trataba de animar a su esposa.

La certificación literal de inscripción de defunción de Ángel:

"...En la ciudad de Cáceres a las nueve horas y cinco minutos del día 26 de diciembre de 1937 II Año Triunfal, se procede a inscribir la defunción de don Angel Barrado Tejeda, de 29 años, (...) hijo de don Lorenzo y de doña Petra, (...) de estado casado, se ignora con quién y si deja o no sucesión, falleció en esta capital el día de ayer a las diez y nueve horas a consecuencia de 'se ignora' según resulta de Orden del Juzgado Militar y reconocimiento practicado, y su cadáver habrá de recibir sepultura en el Cementerio de esta Capital". 





Alberto con su mujer y su hijo (Alberto)
Un documento fechado el 27 de marzo de 1937, firmado por el juez de Instrucción Militar del Regimiento de Argel número 27 y destinado a Petra Tejeda, la madre del malogrado Barradín, comunicaba el embargo de gran parte de sus bienes tras "la multa impuesta a su hijo --detallaba-- por la Superioridad": un cercado en el sitio llamado Marineros, una viña en el sitio llamado El Pino, otra en La Sierra, un huerto en Las Higuerillas, otro en San Marcos con olivos, una cerca en Pedroinjelmo, otra en Molinos de Viento y un prado en el Cordel.

Carnet de periodista de Alberto Barrado para Radio Popular

Alberto se convertiría en el primer secretario general del PSOE en Casar de Cáceres.

Sabina, que falleció en Huelva a la edad de 88 años, murió marcada por la pena y la ausencia de su marido. El sufrimiento la acompañó hasta el final de sus días: fue la injusta penitencia que tuvo que pagar. Ya en su vejez, Sabina se había convertido en una mujer muy moderna, cuidaba con mimo sus uñas, lucía coqueta su collar y no había perdido la eterna elegancia y distinción en el vestir.

Pero jamás se olvidó Sabina de Angel Barrado. Constantemente lo nombraba, especialmente cuando hablaba con sus nietos. Les relataba cada uno de los renglones que el 'abuelito', como cariñosamente ella le llamaba, le enviaba desde la cárcel. Sobre todo en la última etapa de su vida, Sabina exteriorizaba la pasión que sentía por su marido, confesaba que le seguía queriendo, que estaba presente en cada una de sus noches, en todos sus despertares.

Con un amor sin reservas hablaba de Ángel Barrado, de su delicadeza, de su vocacional manera de enseñar a los alumnos, de su bondad, de los años felices de su noviazgo. Había días en los que recordaba también aquel fatídico 25 de diciembre de 1937. El silencio de su casa de la calle Godoy, sus tres hijos aterrorizados en el filo de las escaleras cuando llegaron los civiles, la silla donde apresuradamente dejó los uniformes que estaba cosiendo para el ejército de Franco mientras le dieron la noticia del fusilamiento de su marido...

Cuando murió el dictador también el silencio se apoderó de la casa de los Barrado, pero solo para hacer borrón y cuenta nueva: tener la suficiente dignidad como para no desear la muerte de nadie. Hoy, Alberto Barrado López no guarda rencor, perdona a los que mal le hicieron.

Muchos actos de homenaje se han sucedido en los últimos años en recuerdo de Ángel Barrado y de todos los caídos en aquella guerra tan injusta y miserable. Una fosa común agrupa en el cementerio de Cáceres a los caídos y ahora el gobierno de la ciudad última la colocación de una placa con los nombres de todos ellos.

Fuente: elperiodicodeextremadura.com

En la página de Izquierda Unida de Plasencia se informa acerca del homenaje a Ángel Barrado Tejeda y a Eduardo Muñoz Muñoz, maestros ambos fusilados durante la guerra:

EMOTIVO HOMENAJE A DOS MAESTROS

El pasado día 17 de junio [de 2013] el Ayuntamiento realizó un homenaje de reconocimiento a la memoria de dos chinatos. Eduardo Muñoz Muñoz y Angel Barrado Tejeda, fusilados durante la guerra civil. Ambos eran maestros, y su único delito consistió en la defensa de las ideas republicanas. Eduardo fue fusilado en Parla, y Angel en Las Navas del Madroño. El acto consistió en la recepción de sus familiares por parte del Alcalde, el presidente de Diputación, y de los grupos políticos que asistieron: PSOE e I.Unida. En el salón de Plenos se leyeron notas relativas a sus vidas por familiares directos, hijos y nietos. A continuación se descubrió una placa con sus nombres en las casas donde nacieron.

Al homenaje acudimos unas cincuenta personas con la intención de rendir tributo a unos españoles represaliados con su muerte por la defensa de los valores democráticos. No era el homenaje a los de un bando. Era el homenaje a unos españoles irrespetuosamente tratados por la historia más reciente. Ellos sostuvieron la primera estructura democrática moderna en nuestro país. Son sus cenizas y su memoria sobre las que hemos construido el actual sistema de libertades, las mismas de aquella república democrática.

En


De Angel Barrado Tejeda, en su artículo editorial “Verdades tristes” (8-1-1929), son estas líneas que descubren su convicción de que El Gladiador es un vehículo cultural de gran importancia y un orgullo para el pueblo:

«Serradilla, Brozas, San Vicente de Alcántara. Talavera, Don Benito, Castuera, etc... y como éstos todos los pueblos y ciudades de algún prestigio intelectual, tienen periódico, y algunas, por ejemplo Plasencia, cuentan con dos [...]; de donde resulta que para Malpartida, El Gladiador es su título de nobleza, su ejecutoria de valía y su mejor distintivo de honor».


La cuestión social y sus relaciones con las circunstancias socíopolíticas es abordada, sobre todo, por Pedro Mirón García, Angel Barrado, Germán García Fernández, Justo Vivas, Antonio Fernández. 


Los jóvenes de El Gladiador, sin ambiciones políticas, pueden representar la minoría que movilice a la masa chinata hacia el progreso, la cultura, la civilización. Pero, si bien no podemos afirmar que tuvieran conciencia de serlo, sí es cierto que compartían los supuestos de Ortega. Nos lo confirman estas palabras de Angel Barrado, que, en un artículo titulado “Lo que no: falta”, aparecido en el último número de la 1ª época, en el que hace balance de dos años en la brecha, y afirma:

«...los chinatos, en general, son trabajadores, son honrados, son sufridos; pero anida en ellos pronto la desconfianza, las rivalidades y el egoísmo. ..».

Y más adelante, después de mostrar su escepticismo acerca de las ilusiones que él mismo había vertido en artículos anteriores sobre el avance de Malpartida, y que ahora califica de «palabrería todo», añade: «...faltan todavía en los chinatos muchas virtudes cívicas, necesarias para el desarrollo de las posibilidades de Malpartida; y falta además un espíritu fuerte, capaz de imponerse y dirigir los destinos de este pueblo digno de mejor suerte. La gran masa chinata adolece de un director sabio y honrado que la dirija... Y mientras ello no ocurra, no podemos afirmar nada ni negar nada de su porvenir».

Otros responsables y colaboradores de El Gladiador sucumbieron ante un destino más trágico y violento: pagaron con sus vidas su compromiso. Es el caso, todos lo saben, de don Pedro Mirón García y de don Angel Barrado Tejeda.

Fuente: http://ab.dip-caceres.es/export/sites/default/comun/galerias/galeriaDescargas/archivo-y-biblioteca-de-la-diputacion/Alcantara/03-005-alc/03-005-002-Cinco.pdf